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LUCÍA GOMEZ SIGLE

OJO IZQUIERDO
El espejo se ve como una ventana impregnada en esa pared oscura de madera. Ese “agujero” refleja cierta rigidez y convencionalidad en los colores, un blanco y un negro marcados y un celeste contrastado liso, sin textura alguna. En el centro del cuadro se encuentra una planta que llega hasta al cielo, llega al color. Las sombras imposibilitadas de seguir avanzando quedan estancadas en ese blancor tradicional. La linealidad que va en subida nos plantea un recorrido hacia la abundancia del cielo, del infinito, del espacio sin
ser contenido.

OJO DERECHO
El espejo retrovisor circular de una bicicleta, frenada sobre la pared de madera pinotea barnizada en un patio semi descubierto, refleja un cielo celeste despejado, una medianera y la canaleta de un techo de chapa. El sol de las cinco de la tarde en un barrio del Conurbano sur se está yendo por el oeste, y lo poco que queda de este ilumina la medianera blanca y la hace más brillante y proyecta las sombras de los yuyos que crecen a esa altura. El material reflectivo del espejo nos permite ver que hay detrás de ese lente y lo bidimensiona con la pared de madera por la apertura focal que tiene. Las líneas del techo y la medianera no llegan a ser paralelas ni tampoco rectas regulares, sin embargo el dinamismo de la las diagonales hacen que el ojo las perciba como un patrón visual
organizado.

TERCER OJO

Ese espejo me permite ver mi punto ciego, lo que viene detrás de mí. Veo lo que me persigue. Este espejo me deja ver, algo más allá de mi mirada. Este espejo de una bicicleta prestada, que no me pertenece y sin embargo la uso más que su propio dueño. Recorro con la bicicleta tiempo y espacio en busca de aire, de velocidad. Busco mirar rápidamente a mi alrededor de la manera más panorámica, alerta. El espejo me permite anticiparme a los movimientos, me permite concentrarme en mi bienestar y cuidarme en un exterior repleto de choques. No quiero verme en ese choque de fuerzas por no mirarme al espejo. La planta solitaria creciendo entre metales y cemento es la bicicleta en la calle entre tantos autos, se traslada con cuidado, invisible, sin molestar a nadie. Esta bicicleta se planta ante el reflejo de verse encerrada entre lo concreto.

JOAQUÍN NEIRA

OJO IZQUIERDO
El pequeño tallo con sus flores está ubicado en casi 2 de los 4 puntos fuertes de la proporción áurea que se plantea en el encuadre fotográfico. Su color verde contrasta, se diferencia y resalta  en la pared bicolor blanca y roja que apunta hacia lo monótono. Los colores de la pared, además, son encuadrados en la mitad de la imagen proponiendo una estructura rígida y lineal, que se refuerza con el caño de abajo. La sombra del tallo se plasma a la izquierda sobre la plana pared develando la fuente lumínica proveniente del sol desde un fuera campo. Asimismo, esta iluminación denota que la cámara ha usado una apertura de diafragma cerrada y una velocidad obturador un tanto rápida.

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OJO DERECHO

Un pequeño tallo de flores color fucsia sobresale de un tumulto ubicado en la esquina de una terraza. El piso, un caño, y parte de la pared está pintada de un color rojo, casi ladrillo, que tapa la membrana impermeable de la terraza. Además, la otra parte de la pared es de color blanco con algunas rasgaduras e irregularidades. Entre el tumulto y el tallo, hay unos pares de hojas verdes más oscuras. Por debajo de todo se encuentran escondidos unos pequeños escombros de pared.

TERCER OJO

La terraza es un lugar poco habitado por la familia, que he usado para “tomar aire” durante el largo periodo de aislamiento. La aparición de la naturaleza en un espacio totalmente artificial, donde solamente hay piso y una pared chica, abre en mi este tercer ojo. ¿Cómo es posible que en un lugar así, donde solo hay una pared mal pintada, surja un tallo con flores fucsias? Quizás el paso de agua de ese caño se haya filtrado y dio lugar a esta flor. Frente a la carencia de un espacio verde en la terraza, comienza a crecer en una esquina, en un conjunto de hojas, un tallo que tímidamente se asoma desolado y sin nada natural a su alrededor, solo escombros y una membrana pintada con un impermeable rojo, con unas flores que le dan otro color a lo artificial de un espacio que nadie habita.

WANDA DAVENPORT

OJO IZQUIERDO

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Estas vajillas de porcelana me hacen acordar mucho a mis abuelos,  a su casa y a su olor.
Siguen teniéndolo. Ese olor a madera, a mueble viejo.

Me genera mucha calidez recrear ese ambiente en mi mente. 
Veo reflejos que me recuerdan que estoy en casa. Tanto el del vidrio, que me muestra mi patio y la luz que de el proviene, como los de la copas y el juego de porcelana, que hacen que brillen y se vean relucientes.

Siempre me encantaron esas vajillas pero nunca les presté mucha atención porque las tenían en un lugar poco iluminado.
Cuando pasaron a estar en mi casa, además de ubicarlas intencionalmente en un lugar iluminado, me di cuenta de que verlas se convirtió en la mejor manera de recordarlos.
Veo mitades.

La mitad de lo que fué,

intervenida por la mitad que evidencia lo que es este mueble hoy: un mueble con mucha luz.
 

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OJO DERECHO

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Una tetera, tazas apiladas y platos de porcelana invaden la mitad del encuadre. Detrás de ellas, hay una madera que brilla y un vidrio que indica un segundo estante superior que permite ver bases de varias copas.
La otra mitad, ocupada por un vidrio abierto del mueble, refleja una porción del patio y da cuenta de la luz que proviene de él interferida por rejas que forman rectángulos verticales.  Esta luz registra una tarde soleada que se está por terminar y es la misma que alumbra a las piezas de porcelana enfatizando bordes, sectorizando reflejos, escondiendo algunas tazas y evidenciando otras.

No se logran distinguir detalles del patio, sólo se perciben figuras poco reconocibles por el exceso de luz. 

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TERCER OJO

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Me interesa la cantidad de historia que portan las vajillas.

¿A cuántas familias pertenecieron? ¿cuántas épocas y sociedades atravesaron?
Supe que siempre se les asignó una carga social anclada a la idea mostrar pertenencia a una clase social elevada.

Entiendo que por eso se suelen exhibir en bargueños de vidrio que hacen que se luzcan y estén a la vista de todos.
Lo curioso es que a la mayoría de estos juegos de vajillas nunca los ví en uso. Se termina cayendo en una especie de colección expuesta que hace que el propio objeto en sí nunca llegue a concretar la función para la que fué creado.

¿Habrá sido verdaderamente creado para usarse? Quizá no. Pienso. 
La casa de mis abuelos no era muy concurrida, entonces

¿para qué exponerlas si nadie las ve?
Se me ocurre que, tal vez, la utilizaban justamente como bóveda de recuerdos, de personas.
Amaban contarnos una y mil veces la historia detrás de cada vajilla, algunas con tanto historial que hasta se les hacia imposible detectar un principio. Quizá las exhibían para eso, para recordarlas y para que esas historias se guarden en nosotros.
Hoy, que ellos no están, somos los únicos testigos de ellas.

Viven en nuestra memoria.

A medida que las olvidamos y las dejemos de contar, quedan en el camino.

Pero estos objetos no dejan de portar recuerdos, sólo que los suman y resignifican de generación en generación.
Ahora este mueble me recuerda a ellos y a cada una de sus historias.

FRANCISCO LÓPEZ FAZIO

OJO IZQUIERDO

En uno de los tercios, ligeramente debajo del punto fuerte inferior derecho se encuentra un conector de cables, estos cables negros que están mezclados y enganchados se apoyan sobre una pared gris de cemento. Uno de ellos sale disparado en diagonal fuera del cuadro. Están enfocados y bien iluminados con una luz muy directa, proveniente del sol fuera de campo. De forma contraria, en el fondo las ramas del árbol están ligeramente desenfocadas y a oscuras, siguiendo la misma dirección que el cable que sale en diagonal. Detrás de ellas se puede vislumbrar el celeste del cielo, y algunos edificios. El mínimo desenfoque en las ramas del árbol indica que la apertura del diafragma al momento de tomar la foto debía ser en un punto medio, por lo cual la velocidad de obturación debería haber sido también mas tirando a un punto medio.

FRANCISCO LÓPEZ FAZIO TERCER OJO.png

OJO DERECHO

Los cables negros bajo la luz del sol se encuentran mezclados entre si y tienen ondulaciones que nos hacen pensar en algo orgánico. Esto contrasta con las ramas de los arboles que están de fondo en la sombra pero que tienen direccionalidad mas recta, y no tan orgánica como la de los cables. En este encuadre conviven el verde de las hojas en la sombra y el negro de los cables, de la misma forma que siempre conviven junto a nosotros los avances tecnológicos y la naturaleza.

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TERCER OJO

No soy de salir a la terraza, no hay sombra y el sol es algo que detesto, pero casualmente mi cuarto es el único que tiene conexión directa así que si se necesita algo soy yo el que va. De esta forma, si salgo es porque hay que arreglar algo con el tanque de agua o limpiar las hojas que tira la vecina para que no se tape la salida de agua. Los cables se encuentran en la pared que me separa de la terraza de la vecina, pared que de chico salte miles de veces cuando se me han caído cosas de su lado o cuando se me cerraba la puerta de casa y teníamos que entrar por la terraza. Esta foto abre mi tercer ojo porque me hace pensar en todo eso, en la pared que tenia que saltar, en los cables desordenados que siempre estuvieron ahí pero que nunca note, y en ese árbol que todos los años cuando se le caen las hojas genera una pelea con esa vecina. 

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